Thursday, February 03, 2005
ETA: del terrorismo a la mafia

El terrorismo tiene un componente generacional muy importante. Avanzada la segunda mitad del S. XX, ideologías radicales de ultraizquierda con presencia en toda Europa, con vínculos con intelectuales de renombre internacional y con financiación no muy transparente, por ser suaves con el lenguaje, derivaron hacia una legitimación de la violencia terrorista que en muchas ocasiones se vio mezclada con movimientos de tipo nacionalista en los que el discurso de lucha de clase se mezclaba con la deriva supuestamente marxista (mera táctica leninista) del nacionalismo como libertad de los pueblos de la opresión capitalista.
Esta generación tenía una base doctrinal y una formación académica, muy sesgada y fanatizada, pero desarrollada en profundidad. De hecho, no hay más que ver en España cómo algunos de estos terroristas, tras su evolución intelectual, se han convertido en parte de la “inteligentsia”, intelectuales de prestigio.
Sin embargo, los principios que sustentaban esta doctrina fanatizada se han venido abajo. La realidad ya no permite en occidente mantener ese discurso desde una mínima solvencia intelectual. Por otra parte, la generación del terrorismo se ha aburguesado.
A la par que el terrorismo perdía su sustento ideológico, aumentaba su necesidad de aprovisionamiento material. Más propaganda, más prebendas, más medios, resultaban indispensables para poder prorrogar una actividad terrorista que no daba, por sí misma, más de sí. Para engrasar la maquinaria asesina era necesario el aceite del dinero. De esta manera la ideología iba perdiendo peso en favor del componente económico. El nivel de vida del terrorista subía a la par que subía el nivel de vida social en general y en este camino su distanciamiento de la sociedad era cada vez mayor, su reincorporación al mundo de la civilización resultaba cada vez más difícil puesto que sus habilidades rara vez podían ser aprovechables (y por tanto, remunerables) en un sistema de producción legal. Su bienestar económico quedaba ligado, pues, a la pervivencia de la violencia.
Esta evolución de los hechos provocó que los más honestos o los más brillantes de entre ellos, evolucionaran y buscaran su futuro incardinados en una sociedad donde el terrorismo más o menos revolucionario ya no tenía cabida intelectual. Pero, evidentemente, no todos sufrieron esa evolución. Una vez que uno se ha acostumbrado a la buena vida, ¿quién la echa a perder?, ¿acaso los miembros de la mesa de HB no pagaron sus correspondientes fianzas para no entrar en el trullo, cuando a los terroristas les exigen no solicitar siquiera permisos? (¡qué desfachatez!).
El tiempo ha ido pasando por los terroristas, sin duda, y ni sus ideas son ya las que eran, ni la sociedad es la que era; han crecido, han madurado y en esa ecuación inevitable entre ideales e intereses económicos, los últimos han ganado peso hasta convertir los primeros en mera excusa.
Actualmente, las bandas terroristas en occidente se nutren con “pobres” chavales adoctrinados, fanatizados por un ambiente programadamente favorable para convertirlos en máquinas asesinas. Estos chavales/asesinos están ahí para hacer el juego sucio. No tienen formación ideológica, sino programación ideológica. Pasarán cuarenta años en la cárcel (si no pierden la vida en algún enfrentamiento) y mientras (en el mejor de los casos) creen luchar por la libertad de Euskadi (o semejante), lo que hacen, en realidad, es mantener el nivel de coacción necesario para que el entramado económico siga siendo suficiente para cubrir los intereses materiales de los yuppies de ETA (o del IRA).
Un buen amigo mío, conocedor del problema, me decía un día que ETA sólo mataría lo estrictamente necesario para mantener el chantaje y poder continuar con la máquina de producir dinero. No sé si el diagnóstico es 100 % acertado, pero sí creo que está en la línea correcta. ETA, y el terrorismo occidental en general, está dejando de ser terrorismo para convertirse en simple mafia. Es una evolución palpable, y el robo del Northen Bank en Belfast es un buen ejemplo.
En nuestra pequeña tierra tenemos también buenos ejemplos. Hace no mucho hemos visto cómo el chantaje a Arzak se limitaba a que pagara un magnífico piso a un etarra que tampoco es que fuera muy activo como terrorista. Eso sí, vivía a cuerpo de rey. Y qué decir de la historia del chaletazo que se quería comprar Otegi en Comillas. Siempre me sorprendió esta historia, no tanto por el hecho de que quisiera veranear en un país que a sus ojos era extranjero y hostil, como por el hecho de que estuviera situado en una de las zonas más caras de Comillas. Conozco ese pueblo, sé que el metro cuadrado es francamente caro (es veraneo de alto nivel y no se puede construir demasiado) y, sinceramente, no sé cómo casa el comprar una segunda (¿o tercera?) vivienda de varias (muchas) decenas de millones de pesetas con el sueldo que como diputado percibe. Más aún si tenemos en cuenta que en teoría da una parte sustancial de ese sueldo al partido. ¿De dónde sale, pues, el dinero? Está claro que los yupies de la izquierda terrorista no hacen ascos a la vida burguesa al mejor nivel de Neguri. Sobre el entramado ideológico violento ha crecido una red de poder mafioso para mantener a los ya aburguesados ex-terroristas y sus compinches. Ese es el problema al que nos enfrentamos hoy.
Gero arte.
Esta generación tenía una base doctrinal y una formación académica, muy sesgada y fanatizada, pero desarrollada en profundidad. De hecho, no hay más que ver en España cómo algunos de estos terroristas, tras su evolución intelectual, se han convertido en parte de la “inteligentsia”, intelectuales de prestigio.
Sin embargo, los principios que sustentaban esta doctrina fanatizada se han venido abajo. La realidad ya no permite en occidente mantener ese discurso desde una mínima solvencia intelectual. Por otra parte, la generación del terrorismo se ha aburguesado.
A la par que el terrorismo perdía su sustento ideológico, aumentaba su necesidad de aprovisionamiento material. Más propaganda, más prebendas, más medios, resultaban indispensables para poder prorrogar una actividad terrorista que no daba, por sí misma, más de sí. Para engrasar la maquinaria asesina era necesario el aceite del dinero. De esta manera la ideología iba perdiendo peso en favor del componente económico. El nivel de vida del terrorista subía a la par que subía el nivel de vida social en general y en este camino su distanciamiento de la sociedad era cada vez mayor, su reincorporación al mundo de la civilización resultaba cada vez más difícil puesto que sus habilidades rara vez podían ser aprovechables (y por tanto, remunerables) en un sistema de producción legal. Su bienestar económico quedaba ligado, pues, a la pervivencia de la violencia.
Esta evolución de los hechos provocó que los más honestos o los más brillantes de entre ellos, evolucionaran y buscaran su futuro incardinados en una sociedad donde el terrorismo más o menos revolucionario ya no tenía cabida intelectual. Pero, evidentemente, no todos sufrieron esa evolución. Una vez que uno se ha acostumbrado a la buena vida, ¿quién la echa a perder?, ¿acaso los miembros de la mesa de HB no pagaron sus correspondientes fianzas para no entrar en el trullo, cuando a los terroristas les exigen no solicitar siquiera permisos? (¡qué desfachatez!).
El tiempo ha ido pasando por los terroristas, sin duda, y ni sus ideas son ya las que eran, ni la sociedad es la que era; han crecido, han madurado y en esa ecuación inevitable entre ideales e intereses económicos, los últimos han ganado peso hasta convertir los primeros en mera excusa.
Actualmente, las bandas terroristas en occidente se nutren con “pobres” chavales adoctrinados, fanatizados por un ambiente programadamente favorable para convertirlos en máquinas asesinas. Estos chavales/asesinos están ahí para hacer el juego sucio. No tienen formación ideológica, sino programación ideológica. Pasarán cuarenta años en la cárcel (si no pierden la vida en algún enfrentamiento) y mientras (en el mejor de los casos) creen luchar por la libertad de Euskadi (o semejante), lo que hacen, en realidad, es mantener el nivel de coacción necesario para que el entramado económico siga siendo suficiente para cubrir los intereses materiales de los yuppies de ETA (o del IRA).
Un buen amigo mío, conocedor del problema, me decía un día que ETA sólo mataría lo estrictamente necesario para mantener el chantaje y poder continuar con la máquina de producir dinero. No sé si el diagnóstico es 100 % acertado, pero sí creo que está en la línea correcta. ETA, y el terrorismo occidental en general, está dejando de ser terrorismo para convertirse en simple mafia. Es una evolución palpable, y el robo del Northen Bank en Belfast es un buen ejemplo.
En nuestra pequeña tierra tenemos también buenos ejemplos. Hace no mucho hemos visto cómo el chantaje a Arzak se limitaba a que pagara un magnífico piso a un etarra que tampoco es que fuera muy activo como terrorista. Eso sí, vivía a cuerpo de rey. Y qué decir de la historia del chaletazo que se quería comprar Otegi en Comillas. Siempre me sorprendió esta historia, no tanto por el hecho de que quisiera veranear en un país que a sus ojos era extranjero y hostil, como por el hecho de que estuviera situado en una de las zonas más caras de Comillas. Conozco ese pueblo, sé que el metro cuadrado es francamente caro (es veraneo de alto nivel y no se puede construir demasiado) y, sinceramente, no sé cómo casa el comprar una segunda (¿o tercera?) vivienda de varias (muchas) decenas de millones de pesetas con el sueldo que como diputado percibe. Más aún si tenemos en cuenta que en teoría da una parte sustancial de ese sueldo al partido. ¿De dónde sale, pues, el dinero? Está claro que los yupies de la izquierda terrorista no hacen ascos a la vida burguesa al mejor nivel de Neguri. Sobre el entramado ideológico violento ha crecido una red de poder mafioso para mantener a los ya aburguesados ex-terroristas y sus compinches. Ese es el problema al que nos enfrentamos hoy.
Gero arte.